No se necesita ir lejos de Lima
Metropolitana para comprobar que todavía tenemos grandes bolsones de pobreza extrema
que atender e integrar a la economía y el desarrollo de nuestro país. Por
ejemplo, al terminar la Autopista Ramiro Prialé gire a la izquierda e intérnese
por la Avenida Las Torres hasta llegar a San Luis de Huarochirí, en Jicamarca.
Allí palpará las supremas limitaciones de infraestructura y necesidades básicas
insatisfechas que sufren prácticamente todos sus moradores.
Sin embargo, se llevará también
una gratísima sorpresa. En medio de la zona denominada “Cerro Camote” se erige
el colegio público con las mejores calificaciones en la Evaluación Censal de Estudiantes
de segundo grado del Ministerio de Educación (por encima de todas las otras
seis mil escuelas públicas de Lima). Se trata del Colegio Fe y Alegría No.58,
“Mary Ward”, que ha sostenido resultados notables por tres años consecutivos.
Allí, el 80% de sus niños logran
todos los aprendizajes esperados para su grado, tanto en comprensión de lectura
como en razonamiento lógico-matemático (y el restante 20% se encuentra en proceso
de hacerlos). Estos números son bastante comparables, y mejores en muchos casos, que los estándares alcanzados
por colegios de clase media y alta de la metrópoli y superan en más de dos
veces y hasta en cinco veces los lamentables promedios nacionales de 30% de
comprensión lectora y 13% de logro en matemáticas.
¿Cuáles son los elementos
centrales de este gran éxito, en medio de tantas privaciones, que pudimos
comprobar en una reciente visita organizada por el Consejo Nacional de
Educación? En primer lugar resalta el liderazgo
de su directora, una hermana irlandesa apasionada porque los niños más humildes
aprendan con alegría y gozo. Es claro que la autonomía de la institución educativa
y su cuerpo directivo resulta crucial para lograr éxitos educativos.
En segundo lugar, un conjunto de
maestras y maestros públicos cuidadosamente seleccionados por la directora y
sus coordinadoras de grado, no sólo por
su capacidad de enseñanza, sino por su personalidad y empatía con la niñez y
adolescencia. Varios de estos profesores se vienen todos los días desde lugares
tan lejanos como Ancón o Villa El Salvador, contentos y comprometidos con todo
lo que logran transmitir en sus alumnos.
Por ello, el clima institucional
que se respira en el “Mary Ward” es extraordinariamente acogedor y uno ve a
niños felices dentro y fuera de las aulas. Muchos padres de familia colaboran
con un lindo comedor que se encarga de proveer de almuerzos a costo rebajado
para que los alumnos puedan aprovechar las tardes en diversos talleres que
complementan y refuerzan las actividades académicas y para-académicas
realizadas durante las mañanas.
Cuando uno ingresa a la
biblioteca del colegio parece haber sido tele-transportado a un ambiente de los
países más desarrollados del planeta: es un diseño de biblioteca abierta con
los libros al alcance de todo aquél interesado, es colorida y con cómodos asientos
como que da gusto permanecer allí. El sistema de puntos, ideado para motivar y
reconocer la lectura, es increíble: la lectura de cada libro (y la evaluación sencilla
de su comprensión a cargo de la bibliotecaria) merece una cierta cantidad de
puntos que da derecho a brazaletes de distintos colores que los estudiantes
lucen orgullosos en el colegio y casa. Asimismo, la acumulación de puntos dar
lugar a premios como libros y otros materiales para el estudio. ¡Con este
sistema hay niños que llevan acumulando la lectura de hasta 300 libros! Hay
pues mucho que aprender y replicar de esta maravillosa experiencia.
Uno esperaría que el mejor
colegio público de Lima tuviera amplios reconocimientos y la posibilidad de
contar con toda la infraestructura física y humana a plena disposición para que
siga cumpliendo con esta noble tarea de preparar a niños de escasos recursos a
fin de que puedan aportar y competir en un país desarrollado y equitativo. Paradójicamente,
esto no es cierto para el “Fe y Alegría 58”.
Se hacen y repiten muchísimos
trámites ante la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) para solo recibir negativas
a una solicitud de tres plazas docentes con el fin de atender la creciente
demanda de estudiantes de parte de la comunidad. Todos los años hay que
solicitar la renovación de contratos inciertos con muchos docentes que ya han
demostrado su gran capacidad en el aula (además de pagárseles con retrasos de
varios meses). La UGEL no brinda ningún personal de servicio por lo que las
labores de limpieza y mantenimiento tienen que ser asumidas y compartidas por
los padres de familia. Demasiado poder en instancias burocráticas que lo único
que hacen es entorpecer y desanimar la innovación educativa.
¡No
nos podemos dar el lujo de castigar el éxito de esta manera! No es ni lo justo
ni lo sensato para un país hambriento de logros educativos.
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