El economista Gustavo Yamada contó su historia de superación y
esfuerzo en una entrevista para Posdata
JUAN
AURELIO ARÉVALO
Tengo 50 años. Estudié la primaria en el colegio nacional 441 Javier
Prado y la secundaria en el Felipe Santiago Salaverry. Soy hincha de Alianza,
pero siempre he sido un mal futbolista. Tengo una linda esposa y dos hijos. ¿Mi
mayor virtud? La perseverancia y lo que los psicólogos llaman resiliencia. ¿Mi
peor defecto? Me hubiese gustado ser más integral: ser un buen deportista,
tocar un instrumento. Después de almuerzo entro a You Tube y, por 10 minutos,
escucho música clásica. Estoy aprendiendo a escucharla.
Lo primero que se le viene a Gustavo Yamada a la mente al recordar El Porvenir es la bodega de su padre. “Yo
veía entrar a todo tipo de consumidores y de familias. La austera modelo, la
grande, los migrantes de primera generación de la sierra, los de origen
afroperuano. Ese crisol de muchas razas también lo viví en el colegio”.
—
Así que de niño ya iba diferenciando a distintos grupos…
Creo que la curiosidad académica nació ahí. De chico me gustaba devorar libros
y observar. Ese contexto de transacciones me fue llevando a interesarme por la
economía, pero lo que me terminó de animar fue ver al ministro Silva Ruete en
televisión.
Me parecía importante lo que discutía. Sus decisiones afectaban el
manejo diario de la economía familiar.
— Me
imagino que su paso de un colegio público a una universidad privada fue
complicado…
Definitivamente fue el momento decisivo de mi vida. Yo creo que la primaria fue
bastante razonable en términos de calidad, pero en secundaria sí encontré un
bache bien fuerte. Tanto en la empatía de los profesores con los muchachos como
en la capacidad de transmisión de conocimientos. En cuarto y quinto de media
tuve meses enteros sin ir al colegio por huelgas del Sutep. Yo me relajé en la
secundaria. Además, en ese tipo de barrios la imagen de chancón no es popular.
—
¿Se sentía excluido?
Cuesta integrarse. A ver… vives en La Victoria y eres pésimo futbolista,
chancón y no eres muy atractivo físicamente. ¿Qué haces? A mí me ayudó la
música. Me aprendía las letras de canciones, tenía mi radio a pilas…
—
Felizmente no le cayó Apdayc…
¡No! [risas] Yo tenía claro que debía intentar ser número uno del colegio
porque tenía acceso asegurado o preferencial tanto a la universidad privada
como a la pública. Mis opciones eran San Marcos o la Villarreal. Pero tenía un
tío que enseñaba por horas en la de Lima. Era contador, el que más había
progresado en la familia, y él le dijo a mi papá que hiciera el esfuerzo para
que yo fuera a la Pacífico o a la Católica.
— ¿Y
qué dijo su padre?
Yo soy el mayor de cinco hermanos. Mi madre murió cuando tenía 14. Era un
esfuerzo muy grande, pero mi papá dijo: “Lo voy a hacer, pero probemos el
primer año. Si no alcanza la plata, irás a una universidad nacional”. Y así
vine a la Pacífico. Salaverry 2020. Primera vez por estos barrios. Luego mi tío
se enteró de que la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) había
destinado un fondo para que los hijos de migrantes pudieran estudiar y eso me
aseguró terminar la universidad.
— En
marzo escribió un artículo sobre cinco hábitos para brillar en la vida. El
último era cuestionarse constantemente lo aprendido…
Sí. Yo recuerdo que en la universidad me era muy difícil preguntar, intervenir.
Yo tenía al costado a chicos del Santa María, de Inmaculada, pero logré esa
actitud. Yo siempre le pregunto a mis alumnos: “¿Cómo hacen para diferenciarse
de Google?”. Tienes que tener esa capacidad reflexiva, inquisidora. Preguntarte
qué tal si esto no es verdad.
— Y
de lo que ha investigado, ¿qué dato lo ha hecho cuestionarse, decirse a Ud.
mismo: no puede ser?
Por ejemplo: hay preguntas que internacionalmente se han validado para medir lo
que debería saber un niño al final del segundo grado. Una es: hay una caja con
25 bolitas, rojas y azules. Si 13 bolitas son rojas, ¿cuántas son azules? Esa
pregunta solo el 13% de los chicos en el Perú la pueden responder
correctamente. Eso a mí me frustra bastante. En Corea y Finlandia es el 99%.
— ¿Y
qué será de ese niño después?
Si esos chicos tienen 8 años, de aquí a 10 una buena parte entrará a la fuerza
laboral en un mundo donde todo es lectura y comprensión. Lo más probable es que
si en segundo grado no podían hacerlo bien, la tendencia es empeorar. Y esa es
la fuerza laboral futura del Perú. Frustra, pero me anima a seguir investigando
estos temas porque nos estamos jugando el desarrollo del Perú.
—
Para ese niño de la bodega, que se convirtió en viceministro de Promoción
Social y hoy es decano de Economía de la Pacífico, ¿cuál ha sido la mayor
lección en la vida?
Hay un tema fundamental: tiene que haber más igualdad de oportunidades. En mi
caso el esfuerzo y el talento me ayudó, pero qué hubiera pasado si no tenía a
ese tío que me aconsejó o si mi padre no hubiese tenido esa bodega que le
permitió distraer algún tipo de capital en la educación. O si no hubiese sido
nikkéi. Ahora hay un poco más de oportunidades con Beca 18, pero las
probabilidades que ocurra lo mismo que me pasó a mí son muy pequeñas para una gran
mayoría. En todas las sociedades que han avanzado, el desarrollo de la
educación ha sido clave. Te posibilita crecer y da legitimidad a la movilidad
social. Llegas a cierto lugar porque te esforzaste, porque ‘chancaste’. Yo creo
que no se trata de igualar los ingresos sino igualar las oportunidades. Las
diferencias son legítimas y necesarias porque dan sentido a que te esfuerces.
— ¿Y por su
esfuerzo lo veremos pronto en el directorio del BCR?
Quién sabe. Si hay un relativo consenso en las candidaturas, sí voy a
colaborar. Pero no me quita el sueño.
Publicado por El Comercio el 25 de Octubre del 2013