Me tocó regresar a Arequipa en vísperas de la celebración de su fundación española, ocurrida el 15 de agosto de 1540. Hacía una década que no visitaba la Ciudad Blanca y lo que percibí recorriéndola, en días de sol esplendoroso y magníficas noches despejadas, fue un importante crecimiento económico y comercial. Los indicadores macrorregionales así lo señalan: según estimaciones del PBI departamental del INEI, la economía arequipeña se expandió 75% en términos reales y 60% en niveles per cápita entre el 2007 y el 2016, registrándose una aceleración en el último trienio, gracias a la ampliación de la actividad minera.
Este relativo auge económico se tradujo en mejoras significativas en varios indicadores sociales. Así, la incidencia de la pobreza monetaria en Arequipa en el período citado disminuyó de 25% a 11%, mientras que la población con necesidades básicas insatisfechas, en las dimensiones de educación, agua y vivienda, se redujo de 23% a 11%.
Encontré algunos signos visibles del progreso acumulado en la ciudad, cuya área metropolitana supera el millón de habitantes: los desgastados y ultrapequeños taxis Tico han sido reemplazados casi en su totalidad por unidades más modernas, cómodas y seguras. Las quejas por el tráfico se han incrementado, pero este resulta moderado comparado con los atoros permanentes en Lima y, en realidad, refleja el dinamismo de la región.
Hay media docena de modernos malls que se disputan la preferencia de los clientes. La oferta gastronómica se ha sofisticado, tanto como la limeña, y complementa muy bien con el menú de atractivos turísticos. De hecho, me crucé con muchos turistas europeos y estadounidenses visitando el monumental Centro Histórico, incluido como Patrimonio Cultural de la Humanidad en el 2000. Desde el año pasado, la sucursal del BCR de Arequipa ha implementado un valioso museo en la hermosa Casa Goyeneche, a una cuadra de la Plaza de Armas, que puede visitarse gratis.
No hubo esta vez más tiempo para el turismo: la visita estuvo centrada en una serie de entrevistas a autoridades e investigadores de la Universidad Nacional San Agustín y en conversaciones con empresarios de la región, iniciativa auspiciada por el Ministerio de Educación. La finalidad era comprender al detalle las restricciones institucionales y operacionales que impedirían un vínculo más estrecho entre la agenda de investigación académica y las necesidades de desarrollo regional. Se trata de una de las brechas a la que hemos aludido anteriormente en esta columna, y que a veces se acentúa a nivel regional. No obstante, el trabajo conjunto de la nueva administración de la emblemática universidad arequipeña, el Concytec, los investigadores y los empresarios tiene toda la voluntad de ir acortándola.
Este acercamiento universidad-empresa se está haciendo realidad para la minería y esperamos que se extienda a otros sectores arequipeños importantes como la agroexportación, el turismo y la creciente actividad del software. Afortunadamente, existen recursos del canon reservados para la investigación y que, luego de varios años de letargo, empiezan a moverse para impulsar la innovación y competitividad de la región.
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