La
economía brasileña pasa por un momento delicado. El gigante sudamericano ha estado
en recesión técnica (dos trimestres consecutivos de contracción del PBI) y su
inflación supera el 6% anual, por lo que los locales hablan ya de “estanflación”.
Las cuentas fiscales y externas son deficitarias y el nivel de deuda pública
está cerca del 60% del PBI. Analistas brasileños especulan sobre un futuro probable
en el que se perdería el grado de inversión que tanto costó alcanzar.
Recientemente
estuvimos en la Reunión LACEA-LAMES, asociación de economistas de la región,
organizada esta vez por la Universidad de Sao Paulo, una de las mejor ubicadas
en los rankings latinoamericanos. La atención fue buena pero se sentían síntomas
de una sociedad aletargada. Encontramos en el corazón económico de Brasil signos
de estancamiento: la famosa Avenida Paulista nos mostró edificios emblemáticos de
un pasado más glorioso, quizás en las décadas de los 60s y 70s, pero no un
dinamismo reciente. Por el contrario, observamos mucha mendicidad en calles y
parques del centro de Sao Paulo.
Luego
de gran incertidumbre a partir de su ajustada reelección, Dilma Rousseff optó
por Joaquim Levy, economista ortodoxo con doctorado en Chicago, como Ministro
de Hacienda para su segundo mandato. Levy fue apodado “manos de tijera” cuando era
Secretario del Tesoro en la década pasada, precisamente, por su implacable afán
de recortar gastos cuando las cuentas fiscales no cuadraban.
Consistente
con su pasado, Levy ha afirmado que su primer objetivo será el superávit fiscal
primario y la reducción de la deuda pública. Pero este posible “tijeretazo” a
su cargo ¿no alimentaría una mayor recesión en el corto plazo? Dos respuestas posibles son: por un lado,
Brasil no tiene espacio alguno para políticas expansivas en este momento y el
ajuste es inevitable. Por otro lado, si este ajuste devuelve sostenibilidad a
las cuentas fiscales y restablece la confianza de la inversión privada, más
temprano que tarde el crecimiento de Brasil se verá beneficiado.
Actualmente
Brasil tiene serios impedimentos para crecer al ritmo de otros pares emergentes.
Su inversión total anual equivale a sólo 18% del PBI (alrededor de 27% para Perú).
Y el gran peso estatal atenta contra su competitividad internacional: el ratio
de ingresos públicos totales es de 35% del PBI (22% en el caso peruano). De
hecho, su tasa de crecimiento potencial se estima en menos de 3% anual por la
decaída infraestructura y la abultada agenda de reformas microeconómicas
pendientes.
Publicado en El Comercio el 10 de diciembre del 2014.
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