Nos tocó
comentar el último Reporte CAF “Más habilidades para el trabajo y la vida”,
presentado en la Universidad del Pacífico. El volumen discute de manera
comprensiva los aportes de la familia, la escuela, el entorno y el mundo
laboral a la formación de estas habilidades.
Para lograr
una adecuada inserción al trabajo y una vida plena, ya no basta acumular un
nivel suficiente de habilidades cognitivas durante el proceso educativo. El consenso
académico indica que igualmente importante es desarrollar un conjunto de
habilidades socioemocionales –llamadas también competencias blandas–, que
tienen que ver con aspectos como la perseverancia, la determinación, el autocontrol,
la necesidad de logro, la apertura a nuevas experiencias, la extraversión y la empatía,
entre otros.
Con Juan
Francisco Castro, Pablo Lavado y un equipo del CIUP hemos medido el impacto de
algunos de estos rasgos en la población adulta peruana, gracias a una encuesta pionera
del Banco Mundial. Así, un bajo nivel de habilidades socio-emocionales influye
negativamente tanto en la decisión de continuar con la educación superior como en
las condiciones laborales y posibilidades de éxito en el primer empleo post-universitario.
Sin embargo,
¿cómo compararnos con otros países si no existen pruebas internacionales en
estas áreas? CAF utiliza la metodología Borghans-Schils y PISA (pruebas
estandarizadas de lectura, matemática y ciencias) para captar también déficits relativos
en habilidades socio-emocionales, a través del porcentaje de alumnos cuyo
rendimiento decae durante la prueba (la dificultad de las preguntas está distribuida
aleatoriamente).
En países
líderes, como Finlandia y Singapur, los porcentajes de estudiantes que
responden correctamente las preguntas disminuye en cuatro a cinco puntos entre
la primera y última (de 88% a 84% en el primer caso, y de 83% a 78% en el último).
En cambio, en el Perú la pendiente negativa es cinco veces mayor: va desde 54%
de aciertos en la primera pregunta a solo 29% en la última. En proporción,
somos con Colombia los países latinoamericanos con mayor tasa de decaimiento en
este novedoso indicador, lo que denota falta de persistencia y motivación.
Hugo Ñopo
coincidió en destacar estos déficits en áreas socioemocionales como una
restricción para nuestro desarrollo. Comparó estos resultados con nuestro
desempeño en otras facetas como el fútbol. Somos el seleccionado sudamericano
que menos sostiene un marcador favorable en los últimos diez minutos del primer
o segundo tiempo de un partido (¡esperamos que el histórico 4-1 ante Paraguay
de esta semana, luego de 12 años de no ganar de visita y remontando un marcador
adverso, sea el inicio de un cambio de tendencia sostenido!).
¿Cómo hacer
frente a estos déficits acumulados desde la primera infancia y perpetuados en
la adultez? No hay todavía recetas mágicas desde el sistema educativo, pero un
enfoque transversal que incluya la buena crianza, el deporte, el arte y la tutoría
permanente parece imprescindible (la presencia de tres ministros en el evento
demuestra la importancia del tema).
La noticia alentadora
es que economistas y psicólogos expertos mundiales, como Heckman y Duckworth, señalan
enfáticamente que sí se puede invertir en mejorar estas competencias desde
temprano y que su retorno privado y social está por demás asegurado.
Publicado en El Comercio el día 13 de noviembre de 2016
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