Bien utilizada,
Facebook es una herramienta poderosa para seguir aprendiendo y actualizándose cada
día. En lo personal, por ejemplo, me nutro de las columnas, videos y audios de TED,
The Economist, WEF, Business Insider, NPR y otras fuentes, principalmente a
través del Facebook.
Asimismo, entre
amigos, colegas, alumnos y egresados compartimos casi inmediatamente artículos
y reflexiones valiosas sobre diversos temas académicos y no académicos. También resulta asombroso cómo podemos ser
parte de la experiencia (con cierta sana envidia) de lo que amigos en otras
partes del planeta gozan y publican en tiempo real. Y no cabe duda que muchos “memes”
son sabios o hilarantes por lo que se vuelven virales en minutos.
Facebook tiene
a una cuarta parte de toda la población mundial (y cerca de la mitad de los
peruanos) participando activamente de su red (mucho más que Whatsapp, Twitter e
Instagram juntos). Los “facebookers” comparten 5 mil millones de piezas de
contenido diariamente por lo que toda clase de organizaciones (empresas,
partidos, clubes, medios, etc.) están extremadamente interesadas en lograr
visibilidad en dicha red social.
El año pasado
ha sido muy aleccionador al respecto. Más de la mitad de los electores
británicos y estadounidenses se informaron de las campañas electorales y la
evolución de sus resultados exclusivamente por Facebook, sin necesidad de
recurrir a los tradicionales canales de televisión o los medios impresos.
Pero no todo
es color de rosa en estos tiempos de hiperacceso a la información. En
particular, me sorprendió que el Diccionario Oxford designara como la palabra
del año 2016 a “post-truth (posverdad)”, la cual definió como un “neologismo que
denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la
formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la
creencia personal”.
En la era
posverdad, una noticia o afirmación puede viralizarse en pocos minutos,
apelando más rápidamente a la emoción que a verificación de fuentes confiables,
e influir en eventos trascendentales (como elecciones y plebiscitos) o en
aspectos económicos estructurales (el prestigio bien ganado de una marca de
consumo, o la situación financiera de una economía, por ejemplo). Un desmentido
posterior, una reflexión mayor, o un análisis más profundo, pueden llegar muy
tarde.
Como
economista, preocupa que esta proliferación instantánea de buena y mala
información pueda contribuir a mayores niveles de volatilidad, tensión,
manipulación y polarización política, económica y social, entre otros aspectos
adversos. ¿Estamos condenados los hiperconectados a que pasen por nuestros ojos
tantas verdades como mentiras simultáneamente?
Facebook ha
sido blanco de críticas ante este creciente fenómeno de la posverdad. Se ha
defendido argumentando que menos del 1% de los contenidos difundidos por su red
social son falsos. Ahora mismo está en una campaña de desarrollo de nuevos procesos
de verificación y advertencias en caso se difundan contenidos que no han sido comprobados.
Como toda
tecnología disruptiva en la historia, las redes sociales brindan grandes
beneficios que hay que explorar al máximo y algunos riesgos que hay que
minimizar. Mientras tanto, amable lector, verifique dos veces las fuentes de la
próxima noticia exagerada que pase por sus ojos.
Publicado en El Comercio el día 15 de febrero de 2017
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