Durante la semana pasada, Lima fue exitosísima sede de
la Asamblea Anual del FMI y Banco Mundial, realizado en América Latina después
de 48 años. Haber sido elegidos como anfitriones para tan importante ocasión ha
sido un reconocimiento explícito a los progresos logrados por la economía
peruana en estos últimos 25 años.
Muchos asistentes internacionales regresaban al Perú
después de décadas y quedaron absolutamente impresionados con los cambios
registrados en nuestro país y capital. Los analistas mundiales han podido
comprobar de manera vivencial la gran recuperación de nuestra economía y el
potencial para continuar con su desarrollo.
Para los economistas y financieros, asumir la
compleja logística de este tipo de cumbre equivale a organizar un Mundial de
Fútbol o Juegos Olímpicos. Cada tres
años se elige una ciudad fuera de Washington que pueda disponer de infraestructura
y condiciones de seguridad al nivel del primer mundo para albergar a los ministros
de economía, finanzas y presidentes de bancos centrales de 188 países, y más de
12,000 participantes entre inversionistas, líderes empresariales, activistas
del desarrollo, académicos, periodistas y hasta estrellas de cine. El consenso
entre todos fue que el evento estuvo impecable.
En cuanto al panorama económico internacional, al
principio de la semana se empezó con pronósticos un tanto nublados, en encuentros
en la Universidad del Pacífico el lunes y martes. Sin embargo, conforme se
discutía a profundidad con los actores directos de países desarrollados y
emergentes durante la semana, la visión se clarificaba y, al cierre del evento
el domingo, se terminó con un cielo parcialmente soleado: los tiempos son más
retadores, acabado el superciclo de las materias primas, pero hay mayor
certidumbre sobre el potencial de crecimiento sostenido del mundo emergente, la
calidad de sus políticas y policymakers, y las reformas estructurales que
necesitan retomarse.
La construcción en tiempo récord del Centro de
Convenciones de Lima y la Torre del Banco de la Nación, junto con la perfecta organización
del evento, nos brinda lecciones mayores: cuando tenemos ambiciones, metas y
plazos claros como país, podemos acortar aceleradamente las brechas de
infraestructura física, organización y capital humano, y competir con el mundo
entero en la producción de toda clase de bienes y servicios.
Mientras me movilizaba a lo largo del denominado “Complejo
Cultural de la Nación” (que incluye decenas de ambientes espectaculares para
eventos de este tipo en el fabuloso Centro de Convenciones, la Torre del BN, el
Museo de la Nación, el Gran Teatro Nacional y la Biblioteca Nacional), recordaba
que hace una década atrás Lima también fue sede de un evento económico regional:
la Asamblea Anual del BID.
Entonces solo se tenía el Museo de la Nación y hubo
que acondicionar varios ambientes provisionales para realizar las reuniones
plenarias. Hoy, y por décadas, podemos albergar grandes eventos nacionales e
internacionales, compitiendo con otras capitales regionales y mundiales. Los
siguientes pasos para completar el proceso serían construir un gran hotel en
las cercanías, concesionar un selecto número de restaurantes, y realizar la
obra tan necesaria de conexión por vía rápida de toda la Avenida Javier Prado
hasta el Aeropuerto.
Artículo publicado en el Diario El Comercio el 14 de octubre de 2015.
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