La presión demográfica,
la mayor cobertura de educación secundaria, y el crecimiento económico de las
últimas dos décadas, han sido factores cruciales para el incremento sostenido
en la demanda por educación superior en el país, sobre todo a nivel
universitario. El sistema peruano ha respondido con un incremento masivo en la
oferta de universidades e institutos, principalmente privados, bajo el modelo
contemplado en el DL 882.
En un artículo reciente
(“Mas acceso con menor calidad en la educación superior”, Apuntes, 2013)
comprobamos que el acceso a educación superior en el Perú se ha incrementado
sustancialmente en la última década. Lo novedoso del estudio es que se utilizó
una encuesta que mide habilidades de varias generaciones. El trabajo comprobó un
deterioro significativo en habilidades cognitivas de los universitarios
ingresados recientemente. A dicho proceso ha contribuido el menor nivel de
selectividad del sistema, principalmente de las universidades privadas. Así,
una de las razones del deterioro de la calidad de profesionales en el Perú
sería las menores habilidades de las últimas generaciones de estudiantes.
Si bien se requiere un
incremento de la educación superior como herramienta para el desarrollo del
país, es necesario que venga acompañado de reglas de juego que preserven
sistemas de admisión exigentes y estándares de calidad adecuados. De nada sirve
tener un mayor porcentaje de jóvenes con educación superior si, al llegar al
mercado laboral, lo único que obtenemos son más subempleados profesionales. En
otro estudio con Pablo Lavado y Joan Martínez (“¿Promesa incumplida?: La
calidad de la educación universitaria y el subempleo profesional en el Perú”,
2014) hemos estimado un incremento en el subempleo profesional de 29 a 40% en
los últimos años.
Es en el marco de estos
resultados desalentadores que se inscribe el debate actual sobre una nueva Ley
Universitaria y una Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria.
Creemos que debe primar una legislación flexisegura (término que tomo prestado y
adapto de la doctrina de flexiseguridad laboral).
Por un lado, la
legislación debe promover mucha flexibilidad y diversidad de modelos
universitarios, que atiendan de manera rápida y eficaz las cambiantes
necesidades del país y la incesante revolución tecnológica que está afectando el
modelo tradicional de enseñanza e investigación universitaria. Demasiado
reglamentarismo, en este sentido, no ayudará a mejorar la calidad de la
educación superior.
Por otro lado, el
proceso de licenciamiento debe asegurar condiciones mínimas de calidad para la
provisión del servicio educativo, en todas las instituciones públicas y privadas,
ya que se trata de un mercado con importantes asimetrías de información. De
esta manera, los jóvenes tomarán decisiones trascendentales para sus vidas con mejor
información y menores riesgos.
En esta línea, se
necesita con urgencia el “Observatorio Laboral Educativo” (OLE) que indique la
empleabilidad real de los egresados de todas las carreras, universidades e
institutos de educación superior. Felizmente, los Ministerios de Educación y
Trabajo, junto con IPAE y la colaboración de SUNAT, finalmente están haciendo
realidad esta última propuesta (que hemos formulado desde hace ocho largos años
sin que “se oyera, padre”).
PD:
Descansa en paz estimado Fritz y muchas gracias por todos tus aportes al
desarrollo del país.
Publicado en El Comercio el 28 de Mayo del 2014
Rayos, es molesto cuando la universidad no se pone estricta ante estos casos.
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